A ver cómo os digo esto. Escribir no es relajante. De hecho, escribir es de las cosas menos relajantes que conozco. Así y con todo, cada día de mi vida alguien aparece y me dice que escribir catorce horas un domingo no es cansado, que escribir desde las seis de la mañana y justo antes de una jornada de ocho no es cargante, es mucho menos que eso, porque total, todo el mundo coincide en que escribir es relajante.
Escribir un par de hojas a la noche en tu diario, bajo la luz desvaída de una vela, con Chopin sonando en el viejo vinilo de tu padre, mientras ves de fondo la lluvia y el viento azotando la ventana de tu buhardilla; estirar entonces las piernas calientes bajo la manta fría y dejar que tu mano se deslice sin presión bajo el cuaderno que sujetas sobre mullidos almohadones de pluma, pues igual sí, estoy contigo, escribir desde luego suena al tipo de experiencia que uno desearía para sí tras un día largo de trabajo feo. Pero seamos realistas, eso poco tiene que ver con el oficio real de la escritura.
Hay algo alrededor de las profesiones creativas que las hace presa fácil de este tipo de comentarios. En principio podría una pensar que se debe a que bueno, en la mayoría de los casos, uno crea arte en un ambiente recogido: una oficina, un estudio. Pero en eso no difiere de la mayoría de los trabajos. El gran problema está en la imagen mental que la mayoría de nosotros se hace del escritor y su escritura. La gente dibuja en su mente al escritor sobre las letras como al pianista en sus teclas: la música fluye, no se atasca, la cabeza alta, los ojos muy a lo Lang Lang, toda la escena se levanta, levita, todos están en éxtasis, el público no puede evitarlo y rompe entonces el estruendo de un aplauso sonoro.
«Lo peor es cuando has terminado un capítulo y la máquina de escribir no aplaude». Orson Welles
La realidad siempre tiene menos encanto. Nadie quiere imaginar cuántas veces ese mismo pianista ha llorado sobre ese teclado, ha aporreado con frustración las filas blancas y negras, ni cuántas veces al día, al minuto, ha luchado contra la resistencia de dejarlo. Nadie quiere hablar del esfuerzo creativo que supone el llegar a dominar una disciplina artística, escribir diez, doce horas al día para sacar algo menos de dos buenos párrafos, escribir una novela y después otra, mantener abierto el piloto de la creatividad para que nada se te pase en el mundo, la siguiente idea, la siguiente chispa. La creatividad, por definición, te mantiene de forma permanente en el margen de lo nuevo, de lo desconocido, y esto supone un gran esfuerzo.
Nada me cansa en el mundo como el último mes de escritura de una novela, y la historia de muchos grandes escritores es la prueba de que no debo ser la única a la que le ocurre esto. Virginia Woolf entraba en colapso tras cada una de sus grandes obras, resultado directo de un tremendo esfuerzo creativo que acababa por dejarla seca. Literalmente seca (sí, sí, justo eso). Pasaba entonces por épocas de aislamiento y cama, y quizá no en ese nivel de dramatismo acabamos el resto de los escritores —al fin y al cabo, Virginia Woolf es solo ella, para lo bueno y lo malo, solo ella—, pero de una manera u otra ese es el nivel de dolor, de trabajo, de esfuerzo y de sacrificio que supone inventar algo de la nada, construir un mundo coherente con significado completo que pueda conectar a nivel emocional con otros.
Y solo eso os quería contar hoy. Que estoy en las últimas semanas de escritura de Las mujeres de la familia Medina, mi nueva novela, y que está siendo una experiencia enriquecedora, frustrante a ratos, trabajosa, edificante, esclarecedora —ojo que no he dicho en ningún punto relajante, y he elegido muy bien mis palabras. Porque escribir es muchas cosas, pero rara vez es relajante.
Con amor,
MF
Uy, María, hasta ahora no había leído yo esta entrada. ¡Qué buena! ¡Cómo estoy de acuerdo contigo! Hay una imagen bohemia asociada a nuestro trabajo que difiere muchísimo de la realidad del día a día, del enorme esfuerzo, de la frustración cuando la inspiración no nos acompaña y el bloqueo nos tortura, del trabajo de depurar los párrafos y las frases hasta que superen el filtro de ese puñetero juez tan severo que muchos llevamos dentro… En fin, que como siempre: ¡lo has bordado! Voy a compartirlo en el perfil de Facebook de mundopalabras.es para que tu reflexión llegue al máximo número de nuestros seguidores, muchos de los cuales seguramente se sientan identificados. Un abrazo y felicidades por escribir como lo haces.
¡Hola, Berta!
Qué gusto leerte. Mil gracias por las palabras tan generosas, y además por compartir. No sabes cuánto me reconforta sentir que lo que yo siento al escribir también lo sientes tú, y que lo sienten otros, porque ya sabes que esto de la escritura genera cierta ceguera: acaba una viviendo en el mundo de las ideas, que es un mundo un poco solitario y apartado de todo.
Un abrazo grande:)
MF.