Hace unos días atendí —medio atendí, y hoy os cuento por qué— al evento de Tony Robbins. Para los que no sepáis de quién os hablo, Tony Robbins es el coach mejor pagado del mundo. Él no se describe a sí mismo como un coach —y no será por modestia, que él de eso no gasta, sino básicamente porque no lo es—; en lugar de eso, él dice ser un Intervencionista estratégico —whatever that means—, y como ha despertado tanta curiosidad el asunto, he decidido contaros algo que siempre tengo conmigo y que hoy viene al caso como un guante.
Ya lo sabéis, soy psicóloga. No de las que sacaron el título para que cogiera polvo, sino que soy de las que lo son. Con esto quiero decir que no sé ser otra cosa: desde que tengo uso de razón leo manuales de Psicología, atiendo eventos, cursos, trabajo, hablo de Psicología, escribo sobre Psicología y nunca —NuncaNunca— dejo de aprender. Los que me conocéis, además, sabéis que soy poco ortodoxa, no solo en mi campo, sino en la vida en general. Me aburren los corsés, las etiquetas, los manuales diagnósticos —que estudié y reestudié para olvidar conscientemente después—. Y ojo, he dicho ortodoxa, que no rigurosa. Me gusta el mundo académico, el clínico y el científico tanto —más— como el que no lo es.
En un día cualquiera me encuentras buceando en una tesis sobre Psicología y teoría feminista a la hora del almuerzo para encontrarme tras la cena con un manual de autoayuda en las manos. Literalmente. Mis grandes autoras de cabecera me han enseñado tanto de Psicología —Simone de Beauvoir, Virginia Woolf, , incluso Jane Austen—, que los psicólogos con los que tanto me martillearon en mis años universitarios —desde Wundt hasta Frued, pasando por Skinner, el mismísimo William James, Pavlov y su maldito perro.
Del mismo modo, he trabajado tanto con psicoterapeutas que integran técnicas poco convencionales como con otras que basan su práctica en los enfoques con más peso: el Psicoanálisis, la terapia cognitivo conductual, la Psicología Sistémica. De todos he aprendido mucho y a todas respeto. He tenido compañeras que han tomado ayahuasca en medio del Perú como parte de lo que ellas consideraron su formación personal, y otras que se han horrorizado al escuchar esta misma historia. Y otra vez, de las dos he aprendido, a las dos he admirado, y de ambas, para el ejercicio de mi propia práctica, he bebido —huelga decir que a lo de la ayahuasca no he llegado, pero tampoco me he llevado las manos a la cabeza.
Ahora bien, una cosa es el gusto, y otra el criterio. Una la tolerancia y el respeto, y la otra la laxitud y la falta de rigurosidad. El hecho de que alguien sea muy buen coach, no asegura que a mí me pueda ayudar en algo, como el que una película sea muy buena, no implica que a mí me guste. Y ahí entra lo que siempre os digo de que aquello de que a vosotras os sirva, pues sirve. Es controvertido y así lo acepto. Que te sirven las flores de Bach, pues sirven. Sí, pero es que resulta que son placebo. ¿Y qué? Te sirven. Desde luego que podemos discutir las implicaciones éticas de vender placebos —también podemos discutir las implicaciones éticas de prescribir Prozac o Risperdal como si fueran agua de fuente—, pero esa es otra historia.
El último curso al que acudí, hace ya unas semanas, lo hice en la City, en las oficinas de Amnisty International. Allí, una doctora por Cambridge que había sufrido abuso sexual durante doce años de manos de una red entera de pedófilos nos contaba con absoluta generosidad y una increíble elocuencia la neurociencia tras el trauma, cómo el cerebro responde tras una experiencia tan horrible como esa y cómo trabajar en la resiliencia desde un modelo muy transgresor.
Lo de esta semana con Tony Robbins era, y yo bien lo sabía, otro rollo.
Así que allí llego yo el jueves a primera hora al recinto Excel en Londres. Y entro en la sala, diez mil personas saltan, gritan. Las luces parpadean con fuerza, se genera una emoción colectiva que es inevitablemente contagiosa. Estas técnicas las conocen bien los líderes de las sectas, pero también los grandes grupos de música. Todos sonríen, bailan, tocan las palmas. A mí aquello me abruma un poco —un poco más de un poco—, pero he leído algún libro de Tony y es un tipo que cae bien, el hombre sabe de lo que habla. Su información es interesante, sus colaboradores muy punteros. Pronto estoy yo también saltando, tocando las palmas. Es raro esto, pero procuro dejarme llevar.
No ha pasado media hora cuando sé que este no es mi sitio. Me habéis preguntado desde entonces que si os recomiendo acudir a cursos de este tipo, y mi respuesta es la de siempre: lo que te sirva, sirve. Sé que no es la opinión de la mayoría de mis compañeros psicólogos, pero es la mía —ni que decir tiene que si necesitas ayuda clínica tienes que acudir a un profesional cualificado para eso—.
Pero como os decía, lo que te sirva, sirve, y amplío esto un poco más: es difícil saber lo que a uno le sirve si uno no prueba. Eso no quiere decir que uno tenga que probarlo todo, pero salir de la comodidad del sofá y hacer cosas que estén fuera de la zona de confort de cuando en cuando es más que recomendable. Esto poco tiene que ver con el «persigue tus miedos» que tanto escucho últimamente. Tus miedos están ahí por un motivo, mejor escúchalos. Pero no te pongas demasiado cómodo, a eso es a lo que me refiero. Trata de leer y experimentar cosas nuevas, de ellas se alimenta nuestra creatividad y nuestra inteligencia, de estímulos diferentes, de información aparentemente conflictiva. De ahí nacen razonamientos interesantes, reflexiones a las que no nos habíamos enfrentado antes, nuevas soluciones a antiguos problemas. Respuestas, o mejor aún, preguntas.
Y dicho esto, os diré que el segundo día decidí pedir mi dinero de vuelta. Porque lo que te sirva, sirve, pero lo que no te sirve, pues no te sirve y no te va a servir te pongas como te pongas. Y no se trata de ser más listo o más tonto, de requerir un tipo de formación u otro —no aprecio la arrogancia en esto ni en nada—. Tengo amigas con dos másteres, un doctorado y la cabeza muy bien amueblada que han sacado lo mejor de este tipo de eventos. También tengo amigos que piensan estar muy por encima de estas cosas y casi no hilan sujeto y predicado. Así que no se trata de eso. Se trata de ser honesto con quien eres, con tu manera de aprender y de relacionarte, de ser coherente contigo mismo y aprender a retarte en tus términos, nunca en los de otros.
Y si a ti lo que te gusta es alinearte los chakras como siempre os digo, pues ni te lo pienses, tú vas y te los alineas. Que yo tendré mi opinión sobre el Chí y sobre Tony Robbins y hasta sobre el mismísimo Freud y Pavlov y su maldito perro, porque a mí faltarme me faltan muchas cosas, pero que Dios me libre de que me falten las opiniones. Pero al final de eso nada importa. Al final solo importa lo que tú pienses, lo que tú sientes y lo que tú, con tu juicio y tu experiencia, decides que es malo y que es bueno, lo que es mentira y lo que es cierto. Solo tú decides si Tony Robbins te ayuda o te pone los vellos de punta, si una terapia psicoanalítica de cuatro años es justo lo que tú necesitas, o si con tres meses de coaching psicológico vas que chutas. Porque yo no soy tú, y tú no eres yo. Y mi mensaje puede llegarte o no hacerlo, y eso va a depender de tu personalidad, de tu momento, del contexto, de tu historia y de un millón de factores más. Así que que nadie te diga lo que tú en el fondo sabes. Solo tú decides qué es lo tuyo.
Porque lo que a ti te sirva, es lo que sirve.
Con amor,
MF.
Super interesante post, lo que le funciona a uno no necesariamente le funciona al otro Y viceversa, cada quien tiene una forma que le ayuda.
Gracias, Andrea.
Desde luego que también hay consideraciones éticas, y podemos entrar en el por qué unas cosas funcionan y otras no, que el tema es más complejo, pero a grandes rasgos la verdad es esta, o al menos la mía 🙂
Un saludo,
MF