La sociedad se ha dividido sin remedio, prueba de ello es mi muro del Facebook. A la derecha, los que consideran que las mujeres hemos alcanzado la igualdad, que el movimiento feminista relega a las mujeres a ser feas, peludas, a quemar sujetadores y matar gatitos. Al otro lado, las que saben que esto es estúpido y que estamos lejos de ser iguales en derechos, pese a lo que digan las leyes.
Netflix, viernes noche. Qué vemos, cariño. Lo que digas, algo que no nos haga pensar mucho. Tras tres vueltas al apartado de Trending, acabamos poniendo una película que rezuma un tufo bastante ligerito, pero que terminamos por escoger gracias al reparto. Para los que no sepáis qué no ver esta semana, ya os ayudo yo: Feliz día de la madre.
No voy a hacer una crítica de la película porque no la merece, pero quiero hablaros de una escena que me hizo saltar del asiento y chillar. Os pongo en situación. Julia Roberts con aspecto estirado, resentido, mira por la ventana de una cafetería con ojos de gacela triste cuando alguien le pregunta:
—¿Tuviste un bebé?
Ella mira a lo lejos, coge aire con pena, parpadea un par de veces, y responde:
—Tuve una carrera.
(¡Tuve una carrera!)
El mensaje, para aquellos que no quieran darse por enterados, es claro: o eres mamá, o eres exitosa profesionalmente (el mensaje da para más, y es que Julia Roberts había salido claramente perdiendo al haber escogido la carrera y no la maternidad, prueba de ello eran su soledad y sus ojos tristes). Este mensaje no es nuevo. Nos lo han repetido tantos cientos de veces que somos muchas las que temblamos ante la posibilidad de ser madres, porque la idea de renunciar a lo que tanto nos gusta, a lo que tanto nos ha costado, se nos hace verdaderamente insoportable. Ni qué decir tiene que nadie le plantea este dilema a ningún hombre. Todo lo contrario, de hecho. Si vas a ser padre y quieres tener una familia feliz, debes convertirte en alguien exitoso profesionalmente. Ellos pueden tenerlo todo. Nosotras, por el contrario, hemos de escoger.
«Las pobres escritoras no hemos contado nunca la verdad, aunque quisiéramos… Lo verdaderamente femenino en la situación humana las mujeres no lo hemos dicho, y cuando lo hemos intentado ha sido con un lenguaje prestado, que resultaba falso por muy sinceras que quisiéramos ser». Carmen Laforet
La brecha salarial entre hombres y mujeres en España en pleno 2017 se sitúa en el 23,25%. Se sabe, por ejemplo, que el salario de las mujeres es inferior en todos los niveles y que las mujeres universitarias (25.493 euros) perciben salarios medios anuales similares a los hombres con educación secundaria (24.895 euros). El mensaje es otra vez claro: si quieres lo mismo que un hombre, tienes que hacer más.
Aunque también tienes la opción de hacerte la rubia, y si no que se lo pregunten a Cristina Cifuentes.
Cristina Cifuentes decía hace unos días en un artículo para El País que en las reuniones con hombres, haciéndote la rubia consigues mucho más. Mucho más, mucho. La expresión hacerse la rubia tiene mucha miga, ahí seguro que estamos de acuerdo todos, y lo peor no es que dos párrafos arriba admitiese no haber nunca sufrido discriminación por ser mujer (seguro que los hombres también tienen que hacerse los rubios para negociar en una reunión), lo peor es que estas son las personas que nos representan. Lo peor es que estos datos son reales, que las mujeres tienen que seguir eligiendo entre carrera y maternidad, que además nos preparan psicológicamente para hacerlo —hasta se nos anima con un no merece la pena—, acabando por depender inevitablemente de aquellos que, haciendo menos, conseguirán más.
Y no, estas cosas no ocurren solo en España. En Inglaterra, país en el que vivo, solo en 2015, 54,000 nuevas madres perdieron sus trabajos por causas relacionadas con su recién estrenada maternidad.
«Ignoramos nuestra verdadera estatura hasta que nos ponemos en pie». Emily Dickinson
Y entonces pienso en la campaña tan estupenda que está haciendo la sociedad patriarcal —una de esas expresiones molestas que tanto incomodan a algunos—, en lo bien que están retratando a la feminista como aquella mujer poco simpática —porque Dios libre a una mujer de no serlo—; que nos repiten hasta la saciedad que las feministas no gustan a los hombres, que las feministas acaban solas y amargadas, que son feas, peludas, y lo peor, en serio, que queman sujetadores.
En una encuesta estadounidense en la que preguntaron a las mujeres si se llamaban a sí mismas feministas, solo un 24% dijo hacerlo. Tras esto, cuando se les ofreció la definición de lo que en realidad significa —(Un feminista es alguien que cree en igualdad social, política y económica entre sexos)—, la cifra aumentó hasta el 65%. Sí, sí, has leído bien. Un 65%. Y yo me pregunto cómo se llama a sí misma el 35% restante.
De alguna forma hemos convencido a las mujeres de que ser feminista es un insulto. Pero nos están engañando.
Ser feminista no es un insulto. El insulto es no serlo.
Con amor,
MF.
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