Por qué escribimos no es pregunta de fácil respuesta. Hace unos días oí a una autora decir que la ayudaba a olvidarse del mundo, unas semanas atrás escuché a otra: «Pone orden sobre las cosas que siento». Umberto Eco contestó: «Porque me gusta», Lucía Extebarría: «Para que me quieran más». La conversación está abierta: todos tenemos algo con lo que contribuir al debate de por qué escribimos.
En mí viven muchas. Siento que la psicóloga en mí contesta de manera diferente a la escritora a la pregunta de por qué escribimos.
Una dice que escribir es disociar, que inventar historias no es más que fantasear en otro plano, huir del presente, hallar consuelo en la idea de otros principios y de otros finales posibles. Esa misma dice que escribimos porque la aceptación del presente no es solo poco apetitosa, es mucho más, es indigerible, y que de ahí que no sea un gusto, sino una necesidad al nivel de un instinto básico el poder vivir en el mundo de la escritura de rato en rato. Dice también que escribir le corta el hipo a la angustia, la ocupa con un pasatiempo, le pone la tapa sobre la olla a presión sobre la que la angustia se cimenta, mientras el cerebro y la mano se encargan de vivir en ese otro lado.
Eso dice la una, la otra piensa lo contrario: dice que la escritura es como un clavo caliente, no como un clavo, mejor: es como un dardo. Dice que escribimos porque de no hacerlo nos llevaría la corriente, y perderíamos el momento como un globo de helio que sopla en el aire, sin chinchetas, sin pinzas, sin cámaras, sin retratos, sin anclas contra el intenso oleaje. Y que escribir nos obliga a poner orden en lo incierto, a quitarle las telarañas a lo más hondo del estómago, a la parte oscura y siniestra, a los monstruos y a los villanos que habitan dentro de la barriga, del corazón, del intelecto; y así, al contacto de papel con pluma, que es algo así como el de piel con piel, conectar aquí y ahora con el momento presente, enterarnos a fondo de qué ocurre, poner la lupa sobre la verdad de la hoja de papel.
Esta misma dice que escribir es retirar la tierra, no con escobón, sino con espiocha, marcar piedra con martillo y cincel; y que la piedra es aquello, lo único si me apuras, que unirá lo de antes y lo de ahora, lo de ahora con lo de después. Así que eso dice una y la otra: la una que es huir, la otra que escribir es volver; que es correr, que es parar; que es cerrar los párpados, que es abrirlos y bien. Para una el escribir es arriba y para la otra abajo, es antes, es después. No sé cuál es la psicóloga y cuál es la que escribe, pero sí que sé que a veces no conviven en paz en mí, y peor: dudo de que lo lleguen a hacer alguna vez.
Por qué escribimos, María. Para qué, que no es lo mismo pero parecido. ¿Por qué escribimos? El propio ejercicio de escribir sobre por qué escribimos resulta como reflexionar sobre la reflexión, caminar el camino, necesitar la necesidad: escribir sobre por qué escribir es rizarle el rizo a esto, e igual es que no tiene respuesta, igual hay respuestas sin preguntas y ahí es mejor que se queden, como por ejemplo que escribimos porque escribimos sin más y ya.
Y pienso que las dos en mí —qué fácil sería de ser solo dos las de ahí dentro— no suelen llegar a acuerdo en mucho, pero en algo sí que lo están, y es que Juan José Millás bien sabía lo que decía, con su: «Escribo por las mismas razones por las que leo: porque no me encuentro bien». Y ya está. Por qué escribimos: porque no me encuentro bien. Nada más. Una frase simple y honesta, eso quisiera yo conseguir algún día: una estocada como un clavo ardiente, como un dardo: un destapar con un golpe de muñeca la manta de la realidad y enseñároslo: ea, ya está. Esta es mi verdad. Os gusta. No es bonita, lo sé. Ahora es vuestra.
No lo sé, no sé por qué escribimos. Quizá por eso o por aquello, da igual en realidad. El caso es que no sé cómo hacen para sobrevivir al día aquellos que no escriben: cómo entienden, reflexionan, conectan, mastican, escupen, comunican con su realidad. Cómo sueñan, ambicionan, planean, ocultan, manipulan su realidad.
Lo de siempre. Ni blanco ni negro ni gris: todos los tonos y las texturas a la vez, todos juntos en el mismo cuadro; así es como se me presentan a mí siempre los debates en la cabeza. Los indios y los soldados todos mezclados.
Qué complicado.
Cuéntame tú. Por qué escribes, dime. ¿Te calma, te ayuda? ¿Supone una huida? ¿Lo contrario? ¿Tiene respuesta esta pregunta? ¿Me ayudas a poner luz sobre esto, a entender por qué escribimos?
Con amor,
MF
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