En la sociedad del «si quieres, puedes», el contexto en el que vive cada individuo acaba inmerecidamente relegado a un inevitable segundo plano. En el «tu actitud es lo que cuenta», en el campo de los coaches de cursillo de fin de semana, las frases pegadizas y los nazis de la felicidad forzosa, los problemas con los que cada una de nosotras acabamos en la vida se reducen a solo un plano: tu capacidad resolución y afrontamiento.
Pocos temas me encolerizan más que la dictadura de la felicidad forzosa y la manía de ciertos profesionales de someternos a la obligación de hacernos responsables de cada una de las cosas que en nuestra vida no funcionan. Campañas de violencia doméstica que apelan a la responsabilidad individual de la víctima, panfletos de un feminismo neoliberal que explican a las mujeres cómo conseguir un aumento de salario en un mundo de hombres —haciéndonos creer que en primera instancia ese fue el motivo de la brecha salarial— o titulares de periódicos de dudosa seriedad en los que de manera sistemática se aprovecha para manipular al común de los mortales, convenciéndonos de que los de arriba y abajo son siempre y en cada caso encargados de su suerte. Y que nada más influye en el destino de cada persona.
No caigamos en un malentendido tras esto: como psicóloga especialista en coaching me es imposible pasar por alto la importancia de la actitud vital, de la resiliencia, de nuestra capacidad de mantener una mentalidad de crecimiento aún en medio de la peor de las tormentas. Pero de ahí a lo que os hablo hay un trecho: la idea de que está solo en nosotras el cambiar toda nuestra vida implica, por definición, que aceptemos que estuvo exclusivamente en nosotras no meternos en los hoyos en los que hoy nos encontramos. Para que la teoría del esfuerzo individual como único causante de el éxito en la vida funcione, necesitamos eliminar de la ecuación los privilegios y el lugar desde el que cada una comenzamos.
Cualquier psicología que pierda de vista la importancia del contexto no es ciencia, sino anécdota, y lo que es peor: cualquier profesional que olvide la fuerza de las circunstancias que afectan a cada individuo demuestra la más absoluta falta de compasión.
La psicología será feminista o no será
Vivimos en una sociedad patriarcal, en la que las reglas ni las hicimos ni funcionan por y para nosotras. Hay quien dice que el feminismo victimiza a las mujeres, colocándolas de manera irrevocable en agentes faltos de voluntad propia: que al involucrar al contexto y las circunstancias externas, despojamos al individuo de la capacidad de acción y de cambio.
Pero nada más lejos de la realidad: es justo lo contrario. El feminismo es terapéutico en tanto en cuanto pone luz a una desigualdad que no es una mera narrativa. El feminismo es terapéutico porque explica el conflicto interno al que las mujeres nos encontramos permanentemente sujetas (los binarios santa y puta, guapa o inteligente, carrera o bebé). Es sanador y empoderador porque explica que el síntoma nos viene de afuera a adentro y nos enseña a ejercer la resistencia mental como primer paso en nuestro camino a la voz propia.
Estaremos de acuerdo en que el cerrar los ojos a la injusticia no puede mejorar nada: es imposible luchar contra una opresión que no podemos ver, que no aceptamos como verdadera. Lo que no tiene nombre no puede solucionarse:
«El problema permaneció latente durante muchos años en la mente de las mujeres norteamericanas. Era una inquietud extraña, una sensación de disgusto, una ansiedad que ya se sentía en los Estados Unidos a mediados del siglo XX. Todas las esposas luchaban contra ella. Cuando hacían las camas, iban a la compra, comían emparedados con sus hijos o los llevaban en coche al cine los días de asueto, incluso cuando descansaban por la noche al lado de sus maridos, se hacían, con temor, esta pregunta: ¿Esto es todo?».
Betty Friedan
Puestos a decir verdades, si quieres, no siempre puedes. Tu actitud determinará muchas de las posibilidades en forma de puertas que se te abrirán o cerrarán en la vida, pero seguro que ambas sabemos que a mí me es probablemente más sencillo hablar de actitud que a esa niña en un país remoto a la que casaron a los once con un hombre que le saca tres cabezas y treinta años. También estaremos de acuerdo en que no hace falta irse a otros países para haber sufrido un trauma, algún tipo de abuso, o en el más común de los casos, un trato simplemente desigual por el hecho de haber nacido con vagina y no con pene.
Es solo a través de este trabajo de reconocimiento que podemos hacer un barrido sistemático y consciente de todo lo que hemos dado por creído para comenzar a reconstruir de nuevo: de una manera más auténtica, menos limitada, más justa y compasiva con nosotras mismas.
He estado unos meses sin escribir, relegada a un recogimiento escogido y muy necesitado. Acabé mi libro Feminismo Terapéutico en primavera y desde entonces he sentido que tenía el vaso vacío. En octubre estará en todas las librerías gracias a Ediciones Urano, que me ha llevado de la mano de este proceso con mucho cariño, como lo ha hecho mi agente, Ana; y yo ya vuelvo, con ganas de compartir estas reflexiones con vosotras, con la ilusión de que esto se convierta en un espacio de conversación y crecimiento.
Antes de acabar, quisiera compartir un párrafo de mi nuevo libro, que tengo fe en que contribuirá a un debate al que nos debemos todos:
«Cuando hablo de que el feminismo es terapéutico, hablo de que la perspectiva de género puede ser tremendamente liberadora. Hablo de reclamar nuestro espacio, que no es el del hombre, sino el nuestro propio; de alimentar una sensación de comunidad y de hermandad que genere un espacio en el que se reconozcan las complejidades psicológicas, las fuerzas subterráneas y contradictorias que empujan a las mujeres a encontrarse en constante conflicto».

Y con este reconocimiento del conflicto, que nos viene sin haberlo escogido de afuera a adentro, es como damos el primer paso individual y colectivo en el camino del empoderamiento y del cambio hacia la voz propia.
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Con amor,
MF
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