Vive y sé feliz. La vida es una fiesta. Persigue tus sueños. Pide y se te dará. El que lucha, consigue. El mundo es de los valientes. Al que madruga, Dios le ayuda. Puedes conseguir todo aquello que te propongas.
Esas y otras muchas falacias suponen el yugo de la felicidad posmoderna. El yugo de la felicidad autoimpuesta, la felicidad por decreto, como concepto meritorio.
Estamos bombardeados de manera constante por mensajes de motivación que alimentan un pensamiento mágico, que si bien nos ayuda a fijarnos metas más altas y luchar por ellas, también nos educan en algo que no es cierto: que el mundo es justo. Que uno tiene lo que se merece. Que si uno trabaja duro, consigue todo aquello que se proponga.
Es sencillo entender de dónde viene todo este sesgo: las historias, al final, las cuentan los ganadores. Para ellos funcionó el causa-efecto, y al transmitir su parte a las siguientes generaciones puede que inflen su esfuerzo y minimicen los factores más azarosos. Al fin y al cabo, cuando uno gana, nunca quiere admitir la suerte.
Así que hay que correr, luchar, buscar una vida mejor, sentarse siempre al principio de la fila. Encontrar la felicidad (somo si fuera eso la cima de una montaña en la que poder instalarse para los restos). Abrir mucho los ojos, ser feliz en cada momento, conseguir que tu vida se parezca en todo al anuncio de Cruzcampo de cada verano. Y si no se parece en nada, ya lo sabes, estás entre los perdedores.
El destino de los hombres está hecho de momentos felices, toda la vida los tiene, pero no de épocas felices. Nietzsche.
Al final son los medios, los blogs, los que comunicamos, los que de alguna manera creamos este efecto. Y de verdad que no quiero participar en ese juego. Que quede claro: a mí las cosas me salen fatal muchas veces, pierdo mucho tiempo en tonterías, me vengo abajo sin motivos, tomo decisiones erróneas y fracaso. Que me cuesta motivarme de cuando en cuando, que no sé a dónde voy la mitad del tiempo. Que la felicidad también a mí me tiembla muchas mañanas.
Yo pienso que esta obligación de ser feliz en cada momento produce angustia, mucha angustia. Que esta lluvia tan intrusa de imágenes con la que nos torpedean las redes sociales le pone una cara a la felicidad que en poco se parece a la de muchos, y nos hace acabar cuestionando lo básico. Uno es feliz si pesa esto, si su casa tiene aquel aspecto, si el cielo sobre sus hombros luce de un determinado color. Si consigue cada uno de sus objetivos vitales, si goza de éxito en el amor, en las finanzas, en el trabajo.
Si abre mucho los brazos sobre un campo verde, si da vueltas sobre sí mismo y se ríe muy alto, y da la casualidad de que sus dientes son, además, perfectos. Uno no parece poder encontrar la felicidad en un pijama roído un lunes por la noche sentado en el suelo de su cuarto, con un montón de cosas por hacer, con la casa manga por hombro y con la sensación de que todo su esfuerzo cayó en saco roto.
Ponemos más interés en hacer creer a los demás que somos felices que en tratar de serlo. Rochefoucauld.
Que igual nos hemos olvidado de que la felicidad, o así yo lo entiendo, son momentos, sensaciones, a veces, como dicen por aquí, realisations. Que al final también para eso competimos y hacemos una carrera de lo que en realidad podía ser un paseo tranquilo. Y lo mejor, que uno no tiene que ser feliz a cada pequeño momento de su larga vida, que los colores oscuros también tienen cabida en este cuadro, que venirnos abajo también nos hace crecer. Que uno no siempre consigue lo que se propone, que pasan cosas malas a gente buena, y cosas muy buenas a gente muy mala. Que no todo es fácil, justo y bonito todo el tiempo.
Desde que publiqué Azul Capitana, ya lo visteis en mis anteriores posts, he pasado unas semanas perdida, luchando con el vacío existencial (deberías estar feliz, María, y no dándole vueltas a todo). Y digo luchando con conocimiento de causa: he rechazado y peleado el sentimiento, presa de una obligación, como ya decía, autoimpuesta, de volver a emprender el camino, de recuperar la sonrisa constante. Y oye, que todo tiene un proceso. Que cumplir objetivos vacía de nuevo el cubo, y volver a encontrar el centro tiene, nos guste o no, sus tiempos.
No ha sido hasta que he reflexionado sobre todo esto que he vuelto a encontrar la paz, que para mí, y esto es muy personal, se parece mucho a ser feliz.
La puerta de la felicidad se abre hacia dentro, hay que retirarse un poco para abrirla: si uno la empuja, la cierra cada vez más. Kierkegaard.
Hasta que he entendido que no pasa nada si no soy la más feliz del mundo en cada momento.
Que no ser feliz todo el tiempo, también está bien.
Con amor,
MF
Me ha encantado, profunda sabiduría, te estás iluminando!
😉
¡Muchas gracias! Llevaba tiempo con la idea en la cabeza, creo que hace falta que hablemos más de esto, que ahora va a parecer que todo es siempre jauja, o peor, ¡que tiene que serlo! 😉
María, ¡muchas gracias por escribir esto! Muchas veces yo también me he sentido confundida por los mensajes tipo “si lo deseas con mucha fuerza lo conseguirás”. La suerte influye mucho, por supuesto, aunque a menudo no queramos darnos cuenta. Me parece muy interesante lo que comentas de que las historias las escriben los ganadores. Claro, a nadie le interesa conocer las historias de los perdedores, aunque son importantes también.
Y por cierto, comparto el valor que le das a la sensación de paz. Paz con una misma, con los demás, con el lugar en el que vivimos..
Un saludo y ¡gracias de nuevo!
Isabel
¡Hola, Isabel!
Esta entrada la escribí porque, como tú, estaba un poco harta de ciertos mensajes. Y no es que no crea en el esfuerzo, o en el poder de una mentalidad positiva, pero a veces olvidamos, como bien dices, el factor azar. Rescatemos las historias de los perdedores, que a veces tienen también mucho que enseñarnos.
Un abrazo 🙂
MF.