Anoche vi un documental en Netflix sobre minimalismo.
En él, varias personas cambian un trabajo con salarios que rondan las seis cifras por una vida con poco, una vida en la que lo que se gana cuenta menos que lo que se gasta. Aquello conectó con algo muy dentro, y pienso que hay un motivo para eso.
El motivo es claro: el documental —que de veras os recomiendo— no responde a una tendencia, sino a una necesidad existencial.
No hace falta que os cuente lo que ya sabemos todos: que vivimos en una sociedad saturada de cosas en la que creemos necesitar más y más, y en la que suponemos necesitar cosas que en realidad no hacemos. Esta realidad nos persigue. Abrimos las redes sociales, encendemos la televisión, entramos en una página web y el bombardeo es constante: ya nada nos sacia. Lo que esta semana está de moda, ya no lo está dentro de unos días, generando la sensación constante de caernos del carro si desconectamos por solo un rato.
Y es que nos manipulan. Nos convencen para que creamos necesitar cosas que no necesitamos, comprar ropa que no dura más que media temporada, que además cosen trabajadores a los que los techos se les caen encima, y pronto queremos deshacernos de ella para volver a comprar ropa nueva. El resultado: el mundo se está convirtiendo en un gran vertedero.
No es sostenible seguir produciendo al ritmo al que lo hacemos y, aunque lo sabemos, no parecemos darnos por enterados. Compramos casas cada vez más grandes, con créditos que no pagaremos en dos vidas. Coches, electrodomésticos, zapatos, muebles perecederos de vida muy corta. La huella en el planeta es infinita. En el corazón, también.
Yo siempre le digo a Gonzalo que quiero vivir de forma que si tengo que deshacerme de todo y empezar mañana de cero, nada me pese. Tengo miedo a ser absorbida por el sistema y que eso cambie, que empiece a abrazar a mis muebles, mi ropa, mis anillos y pendientes. No quiero liarme, no quiero pensar que importa lo que en el fondo sabemos que no lo hace. Y a veces resulta difícil.
Esta entrada no tiene nada que ver con mis temas más recurrentes, pero esta idea conectó tanto conmigo que pensé que debía contároslo, porque igual también vosotros necesitabais oír esto. Igual también vosotros sentís que no os da la vida, que nunca tenéis suficiente, que nada os sacia, que a veces sentís que todo esto no es más que un gran engaño y que os apetece apagar las luces, encender las velas y hablar bajito, recuperar el tiempo, volver a darle importancia a lo que de verdad la tiene.
Hasta dónde llevemos esta idea va a depender de cada uno. No pienso que sea necesario convertirse en monje, vivir con una bata y raparse el pelo —ojo, sí que es necesario si eso es lo que quieres—. Es obvio que uno necesita más o menos en función de su profesión, del número de miembros a su cargo, de la ciudad donde viva y un sinfín de condicionantes. Pero la idea de vivir con menos se puede aplicar de una manera u otra a todos, de no dejarnos llevar por lo que otros digan. La idea de llamar a los objetos por su nombre, de parar a pensar antes de comprae cuánto me va a durar ese algo, cuánto valor añade a mi vida, si realmente responde a una necesidad o no.
Así que os invito a que invitéis al minimalismo a vuestras vidas. El planeta, los otros, nuestro bolsillo y nuestra tranquilidad de espíritu van a agradecerlo.
Con amor,
MF
Deja una respuesta