Aterrizada en el mundo de los mortales.
Hoy os escribo durante el desayuno, ya desde tierras anglosajonas, con la bandeja de entrada cargada de correos de lectores de Un nudo tras otro que han aguardado con paciencia a mi llegada de la luna de miel, con la casa ya ordenada, mi salón en absoluto silencio (silencio que baila al compás de mis teclas) y saboreando un tazón de muesli mientras organizo el mes venidero. No suena nada mal, ¿verdad que no?
Si Septiembre es el año nuevo de los emprendedores por excelencia, Octubre lo es para los amantes de la literatura: en Octubre se dibujan los cambios, caen las hojas viejas que darán luego paso a las nuevas, comienza un fresco que invita al recogimiento, al mirar hacia adentro, a la lectura, la escritura. El Otoño es mi estación favorita y, Octubre, mi mes estrella. El ocre y los dorados, el olor a tierra mojada, la fuerza que pierde el sol y el acortamiento vertiginoso de los días han servido de amortiguador en mi vuelta de la luna de miel.
Pero antes de cerrar esta etapa y perderme en el consuelo que me producen la evasión en el futuro y la inclinación enfermiza que gasto por trazar planes nuevos, quiero paladear por última vez los días anteriores. Dejar acaso algo escrito para venir de vuelta a retozar entre mis líneas el día que el amor nos tiemble: porque lo hará, porque el recuerdo de un matrimonio en sus mieles sirve de base pero no de escudo para los días grises. Y vendrán los grises y los terremotos y serán tan verdaderos como esto último que he vivido; es por eso que la felicidad hay que regurgitarla, hay que saborearla doble y masticarla, agarrarnos a ella con fuerza y fotografiarla: para cuando llegue el momento en el que nos tiemble. Y siempre llega.
Si mal no recuerdo, la última vez que os escribí andaba yo camino de Santander. Florence and The Machine nos acompañaba entre montañas, y comenzaba su melodía con un “Happiness, hit her like a train on a track“. A veces la música me habla directamente a mí, sin intermediarios, ¿también a vosotros os pasa o debería ir a mirármelo?. El hotel que habíamos escogido en la ciudad nos recibió por todo lo alto, y pudimos aprovechar los tres días que pasamos allí para apurar al máximo: descansar y leer, comprar libros y discos, visitar un antiguo monasterio en Cóbreces, parar de pueblo en pueblo
engordando ya hasta reventar disfrutando gracias a la maravillosa gastronomía de la zona. Cóbreces, Santillana del Mar y Comillas. No puedo decir que me fuesen nuevos, pero como si lo hubiesen sido: los vi otra vez con ojos nuevos y volví a enamorarme como lo había hecho en el primer día.
Tras Cantabria solo nos quedaba el País Vasco, que nos acogió imponente como solo él sabe hacerlo. Debo decir que llegamos ya cansados de los kilómetros y no visitamos en esos dos días todo lo que en principio habíamos planeado, pero nos quedamos así con la excusa perfecta para volver pronto. Eso sí: paramos por supuesto en la librería Lagun y de allí nos trajimos calentito lo último de Kundera. San Sebastián lució un sol brillante durante toda nuestra estancia, tanto fue así, que mi marido (marido-marido-marido, esto se me pasará digo yo en algún punto) paró a comprarse ropa de baño para nadar en la Concha, mientras yo, que tengo una relación deteriorada con el calor y el sol gracias a mi herencia sevillana, leía a Borges desde la orilla. Esa imagen, al completo, quedará tallada en mi retina para los restos.
Podría contaros que la vuelta a Londres fue gris y fría, que el tamaño de mi piso me volvió a sorprender cuando traté de deshacer las maletas y que ya estoy echando de menos los desayunos buffet (¿qué es esto de desayunar solo muesli?). Pero eso sería desvelar solo parte de la historia. Londres nos recibía, como lo ha hecho siempre, de brazos abiertos. El camino a casa fue perfecto, escribiendo listas de cosas pendientes y revisando las fotos del viaje con las sonrisas aún tirantes. Las tecnologías cada vez nos facilitan más la vida, y a las ocho de la mañana del día siguiente la compra entera llamaba a mi puerta, de manera que antes del desayuno el frigorífico estaba de nuevo de vuelta a la normalidad.
Venimos con la ilusión alcanzando cotas históricas y la fuerza necesaria para trabajar otra vez de sol a sol. No solo eso, venimos con ganas.
Mi libro nuevo, los fieles lectores de Un nudo tras otro (para los que no se me van a acabar las gracias nunca), una nueva sección que tengo pendiente en la web, un par de cursos en el horizonte más cercano, alguna entrevista, alguna colaboración. Mi marido. Mi familia. Vosotros.
Y mi vida más llena que nunca.
De vuelta.
Contadme, ¿me he perdido algo mientras estaba fuera?
Con amor,
MF
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