A veces, me escondo en las letras. A veces, lo fácil es teñirlo todo de intelectualidad, de racionalidad, de artificiosa severidad; bañarlo todo con ríos de gramática y ortografía perfecta, muy perfecta, y no salirme con el lápiz de ningún cuadrado de los que me marca el cuaderno, y encontrar relajación y consuelo en las líneas rectas, y las palabras redondas y precisas y perfectas, muy perfectas.
Pero, a veces, las letras son solo eso. Letras. Y siento que, por más que escribo, no os toco ni la punta de los dedos, y que esta persona que yo soy no entra por vuestras puertas, ni por vuestras ventanas, ni por vuestras chimeneas, solo lo hacen mis letras, y mis letras no son más que eso, es que son solo letras. Y pienso entonces que al lunes le sigue el martes, al martes, el miércoles, y estamos en septiembre, y todo lo que he hecho este año ha seguido una línea recta, y por ese motivo me dan ganas de tirar los vasos a las ventanas, de romper los dos jarrones que tengo en casa y hacer un ruido enorme, ensordecedor, estrepitoso, estruendoso —para todo hay tantas tantas letras—, pero al fin y al cabo no lo veríais, tendría que contároslo a través de esto que escribo, y algo se pierde en medio cuando lo hago, algo grande, grande como un mundo, y siento que desde esto que os cuento a aquello que recibís y me mandáis de vuelta hay eso, un mundo, y qué difícil y duro y enorme —enorme como aquel ruido de jarrones— es ese mundo.
Y de eso va este septiembre, nada más que de eso. Porque yo en septiembre ordeno, es que soy ordenadora, y eso es lo que los ordenadores como yo hacen cada septiembre. Forramos los libros y cogemos los dobladillos de las faldas. Pulimos los zapatos, hacemos copias de seguridad y recogemos la ropa tendida comprobando la previsión del tiempo —aquí más letras: prevenir y comprobar, letras importantes para lo que los ordenadores hacemos en septiembre—; hacemos listas de palabras, todas en fila, una detrás de otra, muy ordenadas, para formar frases y, con estas, objetivos, y así nos aseguramos de que una letra y otra conviertan lo que es chispa en la mente en algo de carne y hueso, para el caso, letras en objetivos cumplidos, en letras tachadas, en letras bajo líneas rectas. Rectas, rectas, rectas. Y eso hago yo cada septiembre. Pero hoy pienso que igual tampoco eso son más que letras. Las que leo, aquellas con las que organizo y ordeno, las que os envío. Y hoy temo que no sea con eso suficiente, que las letras no sean más que símbolos y que estos símbolos sean tan arbitrarios que de nada sirvan, porque igual que estos podríamos haber usado otros, y entonces lo que aquí digo no tendría ningún sentido, como de hecho no lo tiene, porque esa es la realidad, las letras son solo letras, y por más que me esfuerce yo en lo contrario, no son más que eso.
Son solo letras.
Letras.
Letras.
Pero por hoy supongamos que son más que eso. Supongamos que con estas letras os muevo algo, algo que no se puede expresar con letras, y por eso es más real; os muevo un algo que está debajo de algo. Supongámoslo. Que me leéis, y esto acciona un hilo invisible que invisiblemente os mueve ese algo que tenéis bajo algo. Y entonces esto que os digo, vuela, como gaviotas sobre estas líneas, moviendo el aire a su paso, y cobran carne, y cobran hueso, y no podéis explicarme qué sentís porque para eso no existen letras, y entonces yo aplaudo. Y lloro, aunque no puedo contaros por qué, porque no tengo para eso letras. Pero me quedo tranquila para poder empezar este nuevo septiembre.
Un septiembre nuevo con nuevas letras.
Con amor,
MF
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