La vida consciente.
Os cuento lo que veo ahora mismo desde mi ventana: una mujer de mediana edad tira el envoltorio de su sandwich de pollo al suelo. Sacude después su mano derecha para barrer el humo que viene del cigarro de un señor que acaba de adelantarle el paso, y quien, de malas maneras, grita por el auricular de su teléfono. Desde aquí no sé qué dice, pero va enfadado. De fondo el claxon de varios coches con prisa, los autobuses a rebosar en medio de un atasco.
Corro la cortina y enciendo una vela, la ocasión lo merece. Hoy quiero hablaros de una cosa que no hace tanto que he descubierto: la importancia de la vida consciente.
Aquellos que sufren o han sufrido ansiedad (como fue mi caso) , adicciones (como fue mi caso), vacío existencial (ya que nos estamos confesando), encontrarán esta entrada particularmente útil. Aquellos que encadenan los días sin tomar descanso (no me miréis), también. Aquellos que se deprimen y pierden el sentido de todo (en fin). Aquellos que se angustian y caminan de puntillas y con luces apagadas por la vida, sin querer levantar el polvo a su paso. Aquellos que sufren de miedo, a lo que sea, qué más da a qué. El miedo es miedo. Aquellos que sufren, sin más. Aquellos que a veces se pierden y aquellos que nunca se encuentran. ¿Me dejo a alguien?
Ya está bien. Empecemos.
Igual alguno no me entiende al leerme, pero durante muchos años llevé una nube alrededor del pelo. Era pesada y compacta, gris como el cielo de este país en el que hoy vivo. Me costaba con ella girar la cabeza, agacharla y también mirar hacia arriba. Sobre todo mirar hacia arriba. Me sufría el cuello y la cabeza entera de una dolencia gravísima: sobre mi cuerpo siempre acechaba, y de muy cerca, la tormenta.
Como en todas las buenas historias, existe un punto en esta que marcó un antes y un después. Ese fue el día en que decidí dejar de fumar. Fue entonces que me di cuenta que todo se reducía a una cuestión de madurar. Así, tan sencillo.
Desterré en aquel momento y de un portazo todas las prohibiciones, que habían sido compañeras fieles de batallas, dando así paso a las decisiones conscientes. Y aquel día, por primerísima vez en mi vida, la nube sobre mis hombros no descargó al llegar la noche.
Asumí entonces que no fumar implicaba no toser al caer el día, jugar con menos papeletas a la lotería del Big C, dejar de formar parte del grupo de perdedores a la salida del pub. Pero el reforzante inmediato, el que me mantuvo alejada de los malos humos fue la claridad mental: el hacerme consciente de que uno puede tomar decisiones aquí y ahora, y que es directamente responsable de ellas, y por ende, de todas sus consecuencias.
La conciencia solo puede existir de una manera, y es teniendo conciencia de que existe. Jean Paul Sartre.
El paso a la vida consciente, no lo sabía yo aún, no tiene vuelta atrás. Y no todo es agradable en ella, ya lo sabréis los que también andáis transitando este camino: se me acabaron las excusas y los balones fuera, y eso no es siempre conveniente. Aceptas que las riendas las llevas tú y no otro, pero también aceptas que es un camino, que no cambia una todo de hoy para mañana. También se hace una consciente de eso: de que todo cambio permanente es un viaje, y que todo viaje es un cambio permanente.
Antes de aquello se me apilaban las tareas desordenadas en la parte alta de la espalda, y creédme si os digo que nada más llegar la tarde ya la espina la llevaba encorvada. Alguien me dijo una vez que me recordaba de la biblioteca de mi pueblo por pasar más tiempo afuera fumando que dentro. Me hizo gracia aquello: el chico llevaba razón. Ahora cuento con siete listas diferentes para cada semana y las tacho todas; y el humo, huelga repetirlo, ni de lejos lo huelo.
Es difícil, dificilísimo, y también más sencillo que lo contrario. Si quisiera, ya no podría volver a apagar la luz, colgarme la masa de algodón espesa al cuello y excusarme por todo. Y ya os imagináis que sigo sin ser triatleta, no me he sacado las oposiciones a notaría ni me he ido a las misiones al medio del Congo. No va esto de ser perfecto, va de ser consciente (ser consciente, sin embargo, es el único camino lógico al ser perfecto). Va de asumir de una vez por todas que si no soy ninguna de esas tres cosas no es más que porque no quiero. Que habrá limitaciones físicas y reales, pero al final del día, y eso ya lo he aprendido, son las menos.
Tenía la conciencia limpia; no la usaba nunca. Stanislaw Lec.
Hay días, me confieso, en que no quiero ser consciente. Días en que me jode tener que ir a tirar el envoltorio del sandwich a la papelera y que no me importe todo un comino. Días en que no quiero haber tomado la decisión de no comer más carne; a mí, que siempre me había dado igual de todo. Días en que quisiera volver a encenderme un cigarrillo y beberme, con el buche abierto, seis copas. Días en los que quiero soltar el volante y saltar al asiento de atrás, a escuchar aquel cassette de Julio Iglesias que cantaba con mis hermanos hasta la afonía durante los viajes en el Renault 18, pelearme con mi hermano Ale y que mi madre nos pegue un pellizco en las piernas por liarla mientras papá conduce. También de no querer ser consciente puede una ser consciente.
Supongo que es cuestión de eso. De madurar.
Con amor,
MF
Definitivamente te estas iluminando ;), he leído que con la inteligencia se nace, pero la sabiduría solo nace de la auto observación y la experiencia propia(¿madurez?), te veo en ese tránsito¡
😉
Bueno, ¡gracias! Creo que esa es la palabra perfecta, tránsito, pues es camino y no meta, ¿no?
Un abrazo 😉
MF.
Tus palabras me van a dejar reflexionando un buen rato. Quizá debido al momento por el que estoy atravesando lo he sentido como un bofetón en plan “despierta, deja las excusas a un lado y toma la responsabilidad de tus acciones”. Gracias por el tiempo que le habrás dedicado a escribirlas.
Hola Lupe:
Que mis palabras despierten algo es todo lo que siempre trato, así que te agradezco que pases y me lo hagas saber. Creo que todos pasamos por épocas así, pero solo algunos acaban por abrir los ojos.
¡Un abrazo!
MF.
Qué casualidad, mañana hará un año desde que abandoné el tabaco. Hoy, 7 kilos de más en mi cuerpo y también un montón de sensaciones desagradables de todo tipo de menos, tengo que decir que es de las DECISIONES Y ACCIONES de las que más orgullosa estoy. Poco más que añadir a lo que ya explicas en tu artículo, enhorabuena.
¡Hola, Helena!
Reconozco que esta es una de mis entradas preferidas 🙂 Enhorabuena a ti también por este año de decisiones conscientes, que no fáciles y que no cómodas, pero conscientes, y valga el caso, consecuentes. Cada vez se hace más fácil, y a los kilos —aquí una sigue en ese camino poco a poco— también les gusta esto de la vida consciente.
¡Un abrazo!
MF.