El arte del autocontrol es el arte de sujetar con firmeza una cuerda bien estirada. Cuanto más tiras de los extremos, más posibilidades tienes de romperla, cuanto más relajas las manos, más suelta y sin gracia se queda la cuerda. El equilibrio, el arte del autocontrol, pende de esa manera de un simple hilo.
¿Hay alguna forma de dejar el tabaco, de perder peso, de hacer ejercicio sin perder la cabeza? La hay. Entra, que te lo cuento.
El ser humano, por la pura naturaleza de sus propios instintos, busca libertad por encima de casi todo. Y de todo lo que te voy a contar en esta entrada, hazme caso, este es seguro el concepto más importante que necesitas retener si quieres entender cómo funciona esto del arte del autocontrol: la búsqueda incesante de libertad por nuestra parte.
En principio vas a pensar, como yo también pensé, que libertad y autocontrol son como las familias de los Capuleto y los Montesco. Siempre en disputa y con un final escrito de auténtica tragedia. A un lado el autocontrol, de puños cerrados, con los labios tirantes, las cejas muy derechas; al otro, la libertad: las manos entrelazadas tras la nuca, el tronco sobre la hamaca de cualquier playa desierta y tres daiquiris muy cargados a su izquierda.
Para nada: de hecho, la imagen real no podría distar más de esta. Libertad y autocontrol bien podrían ser primos, hermanos. Amantes incluso. Muy mejor amigos.
He pasado por todas las etapas de autocontrol-libertad del ser humano, en serio. A mis quince ya me fumaba mis dos paquetes al día, bebía lo que me entraba y pesaba diez kilos más que ahora. No me movía si no era para sacar la tableta de chocolate de la despensa, y hacía y rehacía listas que nunca llegaban a tacharse. Y la sensación de fracaso, la sensación de falta de control absoluta y de cárcel, sobre todo la sensación de cárcel, de estar encerrada en mis propios defectos, en mis propias carencias y mis faltas, me acompañaba de forma permanente.
Así que mi interés por este tema no viene solo de mi profesión, sino de mis experiencias más íntimas, de mis frustraciones más vergonzosas y dolorosas. He leído, estudiado, practicado y vuelto a practicar cada uno de estos conceptos que hoy os cuento, y es por eso que hoy no os los expongo como el que lee un libro desde la tribuna, sino como el que comparte con sus amigos un mapa lleno de borrones que le ha sacado más de una vez del paso.
Autocontrol: 3 conceptos fundamentales para entenderlo
1. Para ser libre de elegir, necesitas tener opciones
Lógico. Uno no elige si uno no tiene de dónde elegir. Piensa que el ritual al que solemos someternos suele siempre ser el mismo: nos ponemos a dieta y limpiamos antes la despensa, dejamos el tabaco y tiramos el último paquete. Y esto lo hacemos para no tener opciones, para no tener que enfrentarnos a la tentación.
Pero sin opciones no puedes ejercer tu capacidad de decisión, no puedes poner en práctica tu libertad, ¿y cómo crees que esto te va a hacer sentir? Te lo digo yo: te vas a sentir como un prisionero cada vez que te digas no, cada vez que te niegues algo. Y me dirás que si no lo haces de esta forma, si tienes demasiada libertad —signifique esto lo que signifique— estás condenado al fracaso. Y yo vengo a contarte hoy que es justo lo contrario. Sigue conmigo.
2. La única forma de ser libre es teniendo autocontrol
Uno no es esclavo de sus decisiones: uno es esclavo de sus adicciones, de sus vicios. No hay nada que sea más contrario a la libertad que el hecho de ser dependiente a una sustancia, el hecho de no hacer lo que en el fondo nos viene mejor, nos hace más felices. Es por eso que somos más libres cuando ejercemos más autocontrol. Yo soy libre cuando yo soy la que manda: la que decide qué se come y qué no, cuándo se va al gimnasio, cuándo se escribe y cuándo se pierde el tiempo —o se gana— en el sofá un sábado. Autocontrol es la expresión máxima de libertad.
3. El autocontrol es la puerta al éxito
Y por ende, a la felicidad. Cada vez que eliges, cada vez que paras y tomas la decisión consciente de hacer una cosa y no otra (hablo de decisión consciente, no de negarte un cigarro, decirte no y distraerte con otra cosa), refuerzas el circuito neuronal que hará que, tras los sucesivos refuerzos, ese sea el camino más sencillo y no el otro.
Imagina trazar una raya con un palo en la arena. Imagina hacerlo una y otra vez, hincando el palo en la misma raya, de lado a lado. Una y otra vez. Una y otra vez más. De la misma manera —o parecida— funcionan los circuitos neuronales, y puedes trazar justo hoy uno nuevo: el que te dice que si vas a tomarte un plátano y no una napolitana, es solo porque quieres. Que podrías tomarte la napolitana si quisieras (y es que, de hecho, podrías: acéptalo), pero que no lo haces porque eliges no hacerlo. Está quizá menos rico, pero te hace sentir mejor, te hace sentirte más sano, más fuerte, con más energía. Más feliz. Y digamos que la napolitana nos vale de metáfora un poco para todo.
Y ahora lo que quieres saber. Vale, María, muy interesante todo esto de filosofar sobre libertad y autocontrol, pero al final del día, cuando llegue el momento clave, que antes o después llega, ¿qué hago? Simple.
Cómo conseguir autocontrol: Un método en tres pasos
1. Acepta el sentimiento desagradable
Estamos ya delante de la napolitana —¿nos situamos?—. Huele a chocolate y azúcar glaseada, a mantequilla y harina horneada; pensamos en el sabor en el paladar, en las mil capas que se deshacen en un bocado, en el calor del dentro mientras el chocolate se derrite en la lengua y en la capa más crujiente, la de fuera. Y ahí estamos nosotros, queriendo ejercer autocontrol. Pero no queremos ejercerlo solo esta vez, queremos ejercer autocontrol para siempre, no para seis meses; no queremos solo decirnos no durante un tiempo y esperar a que en algún momento remoto estas emociones desagradables pasen. Pues déjame que te dé las malas noticias: no se va a ir, esa es la verdad. O al menos no de esa forma. Pero hay algo mejor: no te va a matar tampoco. No evites los pensamientos desagradables, no trates de distraerte con otras cosas, no enciendas el televisor para pensar en no fumarte un cigarro. Al contrario, párate y acéptalo: es desagradable.
2. Respira y míralo de frente
Párate físicamente, para y piensa dónde lo estás sintiendo: la tirantez en el pecho, el vacío en el estómago. Identifícalo, conecta con él. No pasa nada, está bien. Es desagradable, pero no va a matarte. No te lo niegues, míralo de frente y mantén el objeto en tu mente —la napolitana, el cigarro, la mesa de la oficina en una tarde de sábado en la que querrías hacer otra cosa—, y no trates de adormecer lo que sientes. Es fundamental esto: respira y míralo de frente.
3. Elige
Y aquí el paso importante. Elige. Recuerda que uno puede elegir no fumar, uno puede elegir no comerse una napolitana cuando todos los demás lo hacen. El problema está en el concepto de autocontrol que nos han enseñado: autocontrolarse no es negarse algo; autocontrolarse es elegir no hacerlo. No eres esclavo de tus decisiones, eres esclavo de tus adicciones y de tus vicios. Comer todo lo que quieras no significa comer tres tartas, uno puede elegir lo que quiere comer en función no solo del sabor, sino de la salud, de cómo le va a hacer sentir, de a dónde le va a llevar. Lo mismo con el tabaco, con el tiempo de estudio, con el deporte.
Recuerda, son tres pasos: Siente, enfócate —en lugar de distraerte— y elige.
Un día te voy a contar la historia de cómo dejé de fumar hace años habiendo sido fumadora de dos cajetillas al día durante más de quince años. Y de cómo lo hice si decírselo a nadie. Y mejor: de cómo nadie lo notó. Y la clave no fue otra que estos sencillos tres pasos.
Y antes de acabar con este post, una cosa más: MEDITA. Porque de nada de lo que yo te diga, de nada de lo que tú leas y de nada de lo que tú vivas vas a aprender tanto como de la meditación. Ya hablaré más de esto, prometido, pero mientras tanto piensa en esto: la meditación te enseña que tú estás bajo la piel, pero también bajo tus pensamientos. Tú no eres tus pensamientos, tú no eres tu piel; meditando aprendes que no tienes por qué reaccionar a cada cosa que piensas: puedes sentir algo, una emoción desagradable, por ejemplo, y no reaccionar ante ella. Elegir dejarla pasar. Así de poderoso puede ser lo que aprendas de esta herramienta, una herramienta que puede salvarte de todo.
Y nada más. Cuéntame en los comentarios de abajo tu propio viaje como yo lo he hecho con el mío; cuéntame algún truco que los demás podamos usar; háblame de tus frustraciones, que también a todos nos acompañan.
Con amor,
MF
Hola Maria,
Te acabo de descubrir en un rinconcito de Internet. Si te digo la verdad, jamas leo blogs de psicologia. Però tu artículo sobre las adicciones me ha hecho recordar como dejé de fumar 2 paquetes al dia hace 10 años. Hice como tu, sin decir nada a nadie, pero mi motivo fué por temor a los saboteadores. Me ha hecho bién recordar esto, yo elegí. Y cuando elegí tenia 2 paquetes de tabaco en el cajón de siempre.
Recuerdo cuando se me pasó el “mono”, un día en el teatro en pleno invierno y con mucho frío, la sensación de libertad que sentí por no tener que salir a fumar en el entreacto.
Tengo otras adicciones que yo misma reconozco y ando un poco demasiado perdida hace tiempo. No quiero refugiar-me en el estres del trabajo, sé que no és excusa. Ni en los golpes ( golpes no, atropellos )que me ha dado la vida últimament. Pero se me esta haciendo pesado.
Seguimos en contacto si a ti no te importa. Saludos
Muchas gracias por tu mensaje.
Lo primero, enhorabuena por esos diez años sin fumar, que el vacío que dejan dos paquetes al día no lo entienden muchos y no es sencillo de gestionar. Me siento muy identificada con aquello que dices de la sensación de libertad: qué gusto da cuando sientes que el volante lo llevas tú y no otro.
También me hablas de otros temas: adicciones y golpes. El tema de las excusas es complicado y la línea que separa el tratarse con cariño o el permitírselo a uno todo no es siempre clara: cuando la vida se pone muy complicada no es probablemente el mejor momento para embarcarse en este tipo de proyectos, aunque también hay que recordar que uno no quiere añadir alcohol a las llamas (las adicciones suelen ir a más en momentos de estrés y eso, lejos de mejorar las situaciones, las empeoran).
Yo no soy muy amiga de consejos, pero te digo lo que me diría a mí: solo tú puedes ser honesta contigo y saber si ha llegado el momento de apretar un poco o de no hacerlo en exceso. Nadie más que nosotras manda, eso es bueno que siempre lo recordemos. Para bien o para mal, solo nosotras.
Un abrazo y muchísimo ánimo.
MF.